Análisis de 'Copia Certificada' (2009), de Abbas Kiarostami, para el ciclo "Ingleses en la Toscana", celebrado en la UCM




   Con Copia certificada Abbas Kiarostami realiza una nueva incursión en el cine de carácter más intimista. Su debilidad por los paisajes rurales lleva en esta ocasión al realizador iraní a ubicar la historia en Arezzo, un pequeño pueblo de la Toscana italiana en el que un escritor inglés y una galerista de arte francesa viven un encuentro marcado por las conversaciones trascendentales y que, inevitablemente, les conducirá al amor.
   El arte juega un papel importante en el film. El primer plano de Copia certificada muestra a un escritor presentando un libro en el que realiza un alegato en defensa de la copia artística. "La copia posee valor por sí misma porque nos conduce al original certificando así su valor", escribe Kiarostami. Es el punto de partida de un relato en el que las referencias al arte están presentes de forma continua tanto en el discurso como en el recorrido de los dos protagonistas. A partir de aquí, los peculiares paisajes italianos y el trasfondo existencial de los diálogos gozarán también de un marcado protagonismo.
   Desde el punto de vista del contenido, Kiarostami propone una historia sencilla y cotidiana en el prólogo: una galerista de arte, interpretada por una impagable Juliette Binoche, debe ejercer de "cicerone" para un escritor británico, papel que recala en William Shimell, que se encuentra en Italia con motivo de la presentación de un libro. En un principio, uno cree identificar sin problemas el conflicto: el carácter de ella, vital, insegura y asediada por el sentido de la responsabilidad, chocará indefectiblemente contra el de él, distante, erudito y aparentemente seguro de sus posibilidades. Sin embargo, Kiarostami se guarda un as en la manga y a mitad del metraje introduce un giro inesperado: una lugareña les confunde con un matrimonio y ambos personajes deciden seguir adelante con la farsa, circunstancia que propiciará una serie de situaciones que desnudarán aún más sus personalidades y servirá como pretexto para la aparición de unos coloquios de marcado carácter filosófico e intelectual. En sus conversaciones todo tendrá cabida: el paso del tiempo, el amor, el sentido de la vida...
   Quizá el acierto más grande de Kiarostami sea el de dotar a la película de una verosimilitud que parece casi inviable si atendemos a la naturaleza surrealista de la relación que mantienen Binoche y Shimell: dos personas desconocidas de mediana edad, maduras desde el punto de vista emocional, inteligentes y cultivadas, que fingen - como si se encontrasen en plena adolescencia - atravesar una crisis marital después de llevar quince años casados. El propio Kiarostami, sin embargo, sostiene que el germen de la pelicula está en un hecho que él mismo vivió.
   En cualquier caso, el realismo de la película viene determinado por una serie de mecanismos. En primer lugar, está rodada prácticamente en tiempo real (existen varias elipsis, sí, pero son tan cortas que no tienen relevancia para el conjunto). Además, la música que oímos es únicamente diegética, proveniente de la calle o de los establecimientos donde entran los protagonistas, circunstancia que ayuda a que uno interaccione mejor con lo que se le está contando. En tercer lugar, la inclinación de Kiarostami por los planos secuencia, que dotan a la narración de una naturalidad que sería imposible con una planificación más conservadora. Por último, una serie de detalles que van desde la importancia de los gestos y las miradas, hasta situaciones de guión aparentemente insignificantes pero dotadas de una sutil relevancia, como el acercamiento entre los dos personajes cuando Binoche ejerce de traductora en un museo (aquí, los gestos de Binoche hablan por sí mismos, actuando como una radiografía de sus intenciones).
   El hecho, por otro lado, de que los personajes hablen tres idiomas, alternando el inglés, el francés y el italiano, incluso utilizando cada personaje su lengua materna en una misma conversación, favorece un clima de frescura que difícilmente se halla en otras obras.
   La otra gran virtud de Copia certificada reside en su factura técnica. Kiarostami canaliza la trama mediante una narración sencilla, sobria y lineal pero valiéndose a su vez de unos movimientos de cámara no exentos de pericia, y una compleja dirección de fotografía, a cargo del italiano Luca Bigazzi. De esta manera, nos encontramos con una acentuada presencia de movimientos de travelling y planos secuencia, y con una curiosa tendencia por mostrar a los personajes reflejados en espejos y ventanas. Es admirable la destreza demostrada por Bigazzi para solventar la dificultad que nace en la iluminación de los planos, continuamente plagados de vidrios y espejos y de lugares con contraste entre interiores y exteriores: la evidente complejidad de los encuadres no le restan, en ningún caso, sobriedad y sencillez al conjunto de la obra.
   Es en el apartado de la interpretación donde quizás se pueda objetar algo. Es costumbre de Kiarostami trabajar con actores no profesionales. Con Copia certificada realiza una excepción. Nada que reprochar a la maravillosa Juliette Binoche, soberbia en el "tour de force" que le lleva a pasearse por un sinfín de estados de ánimo que van desde la indignación hasta la frustración, pasando por la ilusión más enamoradiza. Es el neófito William Shimell quien no sale tan bien parado. Correcto durante la mayor parte del metraje, no llega a estar a la altura cuando su personaje debe mostrar enfado y explotar. En cualquier caso, no supone ningún lastre para la película. 
   En cuanto a las influencias cinematográficas, es inevitable citar el referente de Te querré para siempre (1954), de Roberto Rosellini. Tampoco se deben obviar los recursos autorreferenciales: la obsesión de Kiarostami por mostrar a sus personajes conversando en el interior de vehículos (véase El sabor de las cerezas o Ten, por ejemplo) tiene aquí su presencia en un interminable plano master al principio de la película. Sin embargo, tras ver Copia certificada el primer paralelismo que establecí fue con Antes del amanecer (1995), de Richard Linklater. Salvando el aspecto de la edad (en aquella película Ethan Hawke y Julie Delpy eran mucho más jóvenes que Shimell y Binoche en esta), hay multitud de elementos de unión entre ambas cintas, incluyendo el hecho de que él deba coger un tren al final de la jornada.
   Técnicamente impecable y visualmente deliciosa, Copia certificada no se queda ahí y ofrece también un margen para la reflexión. Muy recomendable.

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