'Cisne negro', crítica finalista en el XIV Concurso Crítico de Cine de Guía del Ocio




   Darren Aronofsky se adentra una vez más en el terreno de lo psicológico y firma uno de sus mejores trabajos con Cisne negro, la historia de una bailarina obsesionada con interpretar a la perfección el papel protagonista de El lago de los cisnes. La fijación por lo oscuro de la condición humana y una marcada fascinación por los personajes atormentados, dos constantes en el cine del director norteamericano, impulsan a Aronofsky a sumergir al espectador en un agobiante "tour de force" en el que la protagonista, una impagable Natalie Portman, se ve abocada a luchar contra sus inseguridades para conseguir un objetivo que, irremediablemente, le conducirá a la autodestrucción. No es el predecible desenlace, sin embargo, lo que convierte a Cisne negro en una obra notable. Lo relevante del relato es el proceso de transformación de Nina, el personaje encarnado por Portman, durante el transcurso del metraje. Aronofsky se valle de una cámara nerviosa (justificada en todo momento por lo sombrío de la trama, así como por la necesidad de utilizar movimientos de travelling durante las coreografías), de la abundancia de primeros planos y de una desasosegante narración "in crescendo", para crear una atmósfera asfixiante no exenta de simbolismo: acertadísima esa presencia constante de espejos en los que Nina se mira incesantemente en busca de su "alter ego", metáfora explícita de la dualidad del personaje. Todo ello, sumado a un erotismo que late durante prácticamente toda la película, provoca que uno se acuerde inevitablemente de Repulsión, aquella turbadora y opresiva obra de Roman Polanski, y de gran parte de la filmografía de David Cronenberg. En cualquier caso, es en la última parte de la película donde la inclinación de Aronofsky por lo turbio y lo truculento se manifiesta sin tapujos. La obsesión del realizador por abrumar al espectador con imágenes potentes y efectistas, propias de ese universo onírico que caracteriza al conjunto de su obra, le empuja en el desenlace a mostrar de manera explícita la transformación de Nina en cisne negro. Es este el Aronofsky de Réquiem por un sueño. ¿Excesivo? Puede que sí, pero probablemente necesario para alcanzar el clímax. Una excelente dirección de actores redondea la función: a la portentosa interpretación de Natalie Portman, ejemplar en el dificilísimo ejercicio de contención desarrollado en la primera parte del metraje y arrolladora durante la catarsis final, hay que sumar la solvencia de unos secundarios que saben a lo que juegan, especialmente un Vincent Cassel menos histriónico de lo habitual.

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