'Prisioneros': el bautizo de Villeneuve en el cine comercial



  El canadiense Dennis Villeneuve acudió al pasado Festival de San Sebastián para competir en la sección oficial con Enemy, una versión muy libre de la novela El hombre duplicado, de José Saramago. La película, oscura en su planteamiento y enigmática en su desenlace, dio que hablar entre los asistentes al certamen e incluso llegó a postularse como una de las candidatas a la Concha de Oro.
    Ahora Villeneuve irrumpe en la cartelera con Prisioneros, thriller protagonizado por Hugh Jackman y presentado también en Donostia fuera de concurso. Villeneuve se adentra de nuevo en el terreno de lo psicológico, un universo en el que parece sentirse cómodo, con la historia de la desaparición de dos niñas en un pequeño pueblo de los Estados Unidos.
   El resultado es un film irregular, sobresaliente en su primera hora de metraje pero tramposo y previsible en su tramo final.
     Prisioneros arranca con la promesa de buen cine. El excelente manejo del tiempo narrativo en su presentación y unas interpretaciones más que convincentes (no hay que perderse ni un segundo de lo que ofrece Jake Gyllenhall, en un papel arriesgado del que sale victorioso) disimulan la falta de originalidad de una historia ya bastante manida en el Hollywood contemporáneo y que tiene sus referentes más cercanos en el sorprendente debut como director de Ben Affleck, Adiós, pequeña, adiós, y la sobrecogedora Mystic River, del maestro Eastwood. Como en la obra de Eastwood, el relato de Prisioneros es angustioso y golpea al espectador desde el primer momento. Empatizar con la causa de Hugh Jackman, incuestionable en el papel de padre desesperado capaz de cualquier cosa, no resulta difícil. Esa identificación permite que el relato se siga con interés y vaya ganando enteros gracias a la confrontación cada vez más marcada que protagonizan los dos personajes principales de la trama, Gyllenhall, en la piel del policía que lleva a cabo la investigación del caso, y el propio Jackman. Todo resulta oscuro, incómodo, y un excelente trabajo en el apartado de fotografía no hace sino sumergir aún más al espectador en un sombrío e inquietante viaje. Además, el argumento amaga por momentos con otorgar protagonismo al planteamiento ético de la subtrama liderada por Hugh Jackman y Paul Dano, principal sospechoso de la desaparición de las niñas, pero finalmente se aleja del camino moralista y la historia se da de bruces con los convencionalismos más trillados del género. Una lástima, porque el desenlace es una sucesión de lugares comunes que le dejan a uno con cara de tonto: el giro inesperado que da la vuelta a la investigación del caso, el desvío de atención intencionado para ocultar la identidad del villano y, por supuesto, la siempre patética escena final a punta de pistola y con confesión incluida.
    Villeneuve lo ha intentado. La tensión y complejidad que caracterizan a su obra siguen ahí pero la vocación comercial con la que partía la producción le han estropeado la faena. Hollywood es así.
   


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