Cuando muere un icono es habitual que personajes de diferentes ámbitos, culturas y sectores lamenten esa pérdida y alaben la figura del fallecido, independientemente de la tendencia ideológica que profesen. Es un comportamiento que honra a quien lo lleva a cabo. Demuestra, cuando menos, dignidad. Y no es poco. Sin embargo, veo que con la muerte de Mandela se apuntan a ensalzar su figura personajes que en su día a día son confesos seguidores de individuos como Mourinho o Esperanza Aguirre. No pretendo hacer una crítica de ninguno de los dos. Sólo quiero hacer una reflexión. Las dos personas que he citado, y todos los que se les parecen, representan la confrontación, el insulto, la violencia (puede ser ejercida de muchas formas, no sólo existe la física), el desprecio por el contrario y el exceso de ego. El comportamiento de Mandela se rigió precisamente por todo lo contrario: la reconciliación, la palabra respetable, la lucha pacífica, la aceptación del otro y la autocrítica. Cada uno de estos personajes ha desarrollado su comportamiento en diferentes contextos pero todos han demostrado a lo largo de su vida cuál es su forma de entender el mundo. Y la de Mandela no tenía nada que ver con la de Mourinho o Aguirre. Si uno está de acuerdo con la manera de proceder del primero, necesariamente ha de censurar la actitud de los segundos. Es un problema de coherencia. Filosofía básica, vamos.
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