El zopenco

 

  Es el zopenco un espécimen muy patrio. Lo podemos encontrar en el bar, en el trabajo, comprando el pan o a la vuelta de la esquina. El zopenco está seguro de sí mismo y no es consciente de su condición. Opina sobre todo aunque no tenga conocimiento sobre nada. El zopenco consume televisión basura, lanza mecheros en los estadios y se ríe del vecino porque es diferente. Es también el zopenco un ciudadano de a pie y acude a las urnas con regularidad para ejercer un derecho que, de forma paradójica, no comprende muy bien. Porque el zopenco, por norma general, no conoce el programa de aquel al que vota y, además, es proclive a empaparse de todas las mentiras que vomitan los de arriba. Y es así como el resto nos vemos al final del camino condicionados por las decisiones del zopenco. La mala noticia es que el zopenco tiene derecho a existir. Y a ejercer sus derechos. Si sus acciones y comportamientos resultan una lacra, el resto no tiene otra alternativa que aguantar. Es el precio de una sociedad democrática. Lo que no deberíamos permitir, bajo ningún concepto, es que el zopenco formase parte de la clase política o de organismos tan trascendentes como las fuerzas de seguridad. Porque se presupone que son instituciones que requieren un alto nivel de cualificación. Y, sin embargo, esas instituciones constituyen el hábitat donde el zopenco suele desenvolverse con comodidad.

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