Un sistema agotado

   

  En enero de 2012 Jordi Évole entrevistaba a José Luis Sampedro para una edición de Salvados titulada ¿Qué hago con mi dinero? Con un discurso aguerrido y lúcido, circunstancia admirable si se atiende al hecho de que por entonces Sampedro contaba con 95 años, el escritor (y también economista) realizaba un sencillo pero incontestable alegato en contra de lo que él consideraba la mayor perversión de nuestro tiempo: el neoliberalismo. Évole, embelesado por la altura intelectual del filósofo que tenía enfrente, dejaba hablar al maestro y tan solo interrumpía para lanzar alguna pregunta que llevase a Sampedro a cargar de nuevo contra el sistema. En un momento de la charla, Évole preguntó: "Entonces, si el capitalismo está agotado, ¿qué es lo que viene?". "El capitalismo fue fantástico cuando apareció hacia el siglo XV", contestó Sampedro, "porque puso en movimiento unas fuerzas productivas extraordinarias, pero se creó para una situación en un mundo que hoy ha cambiado y ya no funciona. La solución es quitarles el poder a los de arriba. El problema es que cuando llega una revolución los de abajo sustituyen a los de arriba y luego se corrompen".
  Las declaraciones del escritor catalán no podían resultar más descorazonadoras. Son una patada en el hígado para todos aquellos que todavía creíamos en una alternativa al sistema económico imperante. Porque lo que está diciendo Sampedro es que el ser humano no tiene remedio. Si caen las élites, aquellos que las sustituyan también sucumbirán a la barbarie. Porque las pulsiones negativas del individuo siempre se harán fuertes frente a las positivas. Lo que dice Sampedro es quizá el amor y la libertad nunca podrán ganar la batalla al miedo, la envidia y la avaricia. Justo todo lo contrario que proponían las tesis de Marx en el siglo XIX, un autor que tenía una visión muy optimista del ser humano y siempre se alineó con aquella máxima de Rousseau que decía: "el hombre es bueno por naturaleza pero es la sociedad quien lo hace corrupto". Atendiendo a uno de los postulados marxistas más importantes, por tanto, las declaraciones de José Luis Sampedro (un marxista declarado) se tornan todavía más inquietantes.
  Surge entonces otra cuestión: si aceptamos como válida la teoría según la cual el ser humano es indefectiblemente corruptible cuando alcanza el poder, ¿de qué sirve entonces hablar de ideologías? La Historia ha dejado bien claro el papel predominante que han jugado el ego y los intereses económicos a la hora de dirigir los Estados. Existen ideologías y sistemas que sobre el papel funcionan de maravilla pero en manos de gobernantes devienen en auténticas aberraciones. Las teorías de Marx y Engels, por ejemplo, se antojan razonables e incluso aplicables en países que previamente se hubiesen preparado para ello. Pero conceptos como plusvalía, valor de uso o valor de cambio perdieron toda su credibilidad en manos de criminales como Stalin, Pol Pot o Mao Zedong.
  Así las cosas, el futro se vislumbra como un panorama nada halagüeño. Las políticas se presentan desde una perspectiva macroeconómica y se omiten los verdaderos intereses de los ciudadanos. Leemos que el bono a diez años se mantiene en el 3% y que la prima de riesgo se ha estabilizado por debajo de los 160 puntos, y se supone que debemos alegrarnos, cuando ni siquiera sabemos lo que esas cifras significan ¿De qué le vale al ciudadano saber que "la economía se encuentra en un ligero repunte" si la realidad dice que su poder adquisitivo continúa cayendo y los índices de paro rondan el 30%? Tampoco ayuda que se recurra a la subida de impuestos como panacea mientras vemos cómo las grandes fortunas pueden mantener su estatus agrupándose en Sicav o acudiendo a paraísos fiscales, maniobras que además cuentan con el beneplácito del poder político.
  Es el capitalismo un sistema depredador y salvaje que tiene en la desregulación su principal aliado. Banqueros, financieros y clase política encuentran resquicios en cualquier sector para seguir amasando sus fortunas gracias a que legalmente no son responsables de sus errores. Y se ven legitimados, además, por unas instituciones obsoletas en las que ellos mismos copan los organigramas. Es el laissez faire, la esencia misma de todo este tinglado. "Convertir el capitalismo en algo más humano podría ser la solución", decía Évole en aquella entrevista. "Hay otra alternativa", respondía el maestro, "el desarrollo interior de cada uno".

Comentarios