'El hijo de Saúl', el Holocausto sin concesiones


  "Existe algo más importante que la lógica: la imaginación". La frase es de Alfred Hitchcock y define con pocas palabras el legado cinematográfico del maestro británico. También decía Hitchcock que "no hay ningún terror en un disparo, sólo en la anticipación a él". Y ambas sentencias funcionan a la perfección como punto de partida para analizar y comprender la ópera prima de László Nemes, El hijo de Saúl. Con su debut en el cine, el húngaro centra su mirada en uno de los episodios históricos más representados en la pantalla, la Shoah, pero lo hace cuestionando todos los anteriores formatos narrativos, con un relato carente de referencias a cualquier lógica y que apela en todo momento a la imaginación y a los fantasmas que puedan habitar en la cabeza del espectador.
  Nemes persigue con su cámara a un miembro de un sonderkommando de un campo de exterminio nazi, obsesionado con salvar el cadáver de un niño del crematorio para ofrecerle una sepultura digna. En su periplo, la figura del protagonista actúa como canalizador de un relato cuyo último fin es herir al público, no complacerle. Porque El hijo de Saúl no es únicamente una radiografía del horror: es también un impactante ejercicio de estilo que introduce (casi literal, físicamente) al espectador en el propio escenario de la tragedia. La cámara de Nemes acompaña en todo momento al protagonista y toma prestados buena parte de los postulados que Thomas Vinterberg y Lars von Trier establecieron en los noventa para sorprender al mundo con el movimiento Dogma 95. El húngaro, en cualquier caso, va un paso más allá. Aquí el concepto de profundidad de campo prácticamente no existe y todo lo que sucede alrededor de Saúl, el protagonista, se difumina con el uso de imágenes desenfocadas y sólo se percibe con claridad a través del sonido. Nemes quiere que su película duela y entiende que no puede permitirse ninguna concesión para el espectador. Está narrando "el horror", aquello a lo que se refería el coronel Kurtz en la película de Coppola, y el horror no tiene nada de poético. No hay lugar para música extradiegética, no hay espacio para planos abiertos y equilibrados, no hay respiro para Saúl. Es el caos, la no razón, y es angustia lo que permanentemente se percibe en la pantalla.
  En una entrevista reciente, leí que Nemes defendía su película con la siguiente frase: "la desesperación nace de la falta de opciones". En esa afirmación se puede encontrar uno de los elementos diferenciadores que hacen de El hijo de Saúl un rara avis dentro del subgénero de los campos de concentración. Frente a la racionalidad y posibilidad de salvación que ofrecían películas como El pianista o La lista de Schindler, Nemes introduce aquí la idea de aleatoriedad. En Auschwitz o Treblinka nada tenía sentido. En cualquier momento uno podía ser el siguiente en engrosar la cola de las duchas. En el infierno, en definitiva, uno más uno no son dos. Decía Adorno que "escribir poesía después del Holocausto es un acto de barbarie". Pues eso.
 

Comentarios

  1. Enhorabuena, una introducción y una crítica exquisita que invita a todo aquel que no ha visto la película a interesarte por ese nuevo formato que László Nemes propone ante la ya erosionada historia del Holocausto.

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    1. Gracias, Juancho. Tienes que ir a verla. Sales del cine noqueado, algo que sólo sucede con las obras mayores. Dentro de muchos años se seguirá hablando de la película. Seguro.

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