'Anomalisa': el virus de la mediocridad analizado en 'stop motion'


  La mayoría de la gente que conozco maneja un abanico muy limitado de conversaciones. A saber, planes o invitaciones de boda, embarazos, fútbol, programación televisiva, anécdotas laborales supuestamente hilarantes, la obligada referencia al panorama político, comidas familiares, potitos, propósitos vacacionales o de ocio para el fin de semana, indicaciones para adquirir esa chupa tan guapa que ahora se lleva tanto... Y poco más. Es probable que me deje algo pero, en líneas generales, el contenido de las charlas que mantienen dos amigos, compañeros de trabajo o familiares estándar en nuestro país, difícilmente va más allá de esos nueve o diez lugares comunes. También se suele hablar de cine, claro, o de literatura (de eso ya menos), pero, se mire como se mire, siempre son minoría aquellos que dedican más de cinco minutos de su tiempo a intercambiar impresiones acerca del último libro leído o a debatir sobre la salud de la cartelera. Obvia decir, por tanto, que materias como el teatro, la filosofía o la ciencia, por hacer uso solo de algunos ejemplos, son asuntos que hace ya tiempo adquirieron categoría de anatema para el grueso del personal. Lo curioso es que si realizáramos un sondeo a pie de calle que buscase establecer la opinión que los encuestados tienen sobre sí mismos como individuos, la mayoría de nosotros, más bien todos, defenderíamos ser personas interesantes y trascendentes, preocupados por un sinfín de problemáticas y atraídos por un amplísimo repertorio de inquietudes. El resultado de tal experimento sería, cuando menos, poco objetivo, y no permitiría conocer la realidad de una sociedad cada día más homogeneizada y menos proclive al pensamiento crítico.
  De todo esto habla Anomalisa, la última joya de esa mente privilegiada que es Charlie Kaufman. Kaufman arremete contra esa banalidad con la historia de Michael Stone, un motivador profesional, autor de un best-seller sobre autoayuda, que se encuentra hastiado y deprimido en un mundo marcado por las conversaciones planas y en el que, además, todas las personas tienen la misma voz. Rodeado por monigotes vacíos y carentes de vitalidad, Stone se nos presenta como un personaje frustrado y abocado al abismo, hasta que un día, mientras espera en un hotel el momento para dar una conferencia sobre su libro, percibe una voz que se diferencia de la del resto. Como ya hiciese con su ópera prima, Synecdoche, New York, y también antes con los guiones de Adaptation y de Cómo ser John Malkovich, Kaufman elabora un relato en torno al concepto de identidad que, en última instancia, busca reivindicar la diferencia y llamar la atención sobre uno de los males más dañinos (e invisibles) de nuestro tiempo: la mediocridad.
  El título de la película hace referencia a Lisa, esa anomalía que halla el protagonista en un entorno donde la pasión brilla por su ausencia y en el que los personajes se mueven como autómatas sin ser conscientes de su condición. Y es que Anomalisa es cine de animación, sí, pero real como la vida misma. Los personajes que vemos desfilar en la pantalla están huecos, son frívolos, necios e intrascendentes hasta rozar el paradigma, pero no se diferencian en su dibujo de aquellas personas de carne y hueso que acostumbramos a ver en la oficina o en la barra de un bar en la vida real. Precisamente ahí es donde reside la principal virtud de Anomalisa, en el perfecto paralelismo con la insidiosa trivialidad que nos rodea, y precisamente por eso me parece la película más desoladora que he visto en mucho tiempo.
  Mientras se proyectaba la película, buena parte de los espectadores de la sala no pararon de reír y de reaccionar de forma incoherente ante lo que la pantalla les mostraba. Supongo que, al tratarse de una película de animación, entendían que esa era la lectura que debían hacer de lo que estaban viendo. Imagino también que lo que vieron no les dejó ningún poso. Imagino que, al salir de la sala, sus preocupaciones y dinámicas de conversación serían las mismas que habían mantenido hasta entonces. Imagino, en definitiva, que no repararían ni un instante en el parecido que les une con los personajes que aparecían en la película.

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