Sobre Trump y el voto de la América profunda: es la democracia, estúpidos



  Hace veinticinco siglos, allá por el IV a.C., Platón defendía en su famosa República la necesidad de superar ese sistema fallido que para él era la democracia y proponía como alternativa una forma de gobierno elitista, la sofocracia, formada íntegramente por filósofos y a la que él mismo denominó como "gobierno de los mejores" (o "gobierno de los sabios").
  Casi 2.500 años después, Platón es uno de los referentes intocables de la cultura occidental, probablemente el mayor de todos ellos, pero una amplia mayoría de la ciudadanía apenas sería capaz de recordar dos o tres datos del filósofo ateniense. Eso siendo generoso. Lo curioso es que muchos de esos ciudadanos relacionarían sin dudar el concepto de "democracia" con Platón, a pesar de que éste siempre tuvo una visión muy crítica sobre ese modelo. No solo eso: la mayoría de los ciudadanos señalarían la democracia como el modelo ideal de gobierno al que aspirar y no pocos justificarían su respuesta aludiendo con mayor o menor acierto a los antiguos pensadores griegos.
  Más allá de adherirme o no a esa idea, la de que la democracia es el mejor sistema al que podemos aferrarnos (afirmación que, por otra parte, me parece difícil de discutir), lo que me interesa es mirar hacia las elecciones norteamericanas y dirigirme a todos aquellos que consideran un sacrilegio que muchos ciudadanos critiquemos el voto de los estadounidenses. Porque con la victoria de Donald Trump ahora proliferan las voces de analistas, tuiteros y tertulianos que, aun contrarios al magnate, defienden a capa y espada las virtudes del sistema democrático, critican sin descanso las manifestaciones que recorren EE.UU. en contra del nuevo presidente y ven con indignación que muchos digamos abiertamente que el pueblo estadounidense se ha equivocado.
  Resumamos: Trump ha alcanzado el poder con un discurso racista y misógino, abogando por la exclusión en todos los ámbitos y faltando al respeto a multitud de colectivos (recordemos que llegó a decir, incluso, que los enfermos terminales podrían "esforzarse" y aguantar un poco más con vida para que pudiesen votar por él). A pesar de ello, gran parte del espectro mediático justifica el respaldo que ha tenido el empresario acudiendo a la precaria situación económica en la que se encuentra la white working class de la América profunda y no faltan los análisis que entienden como lógico que una población cansada de las élites vote por el puñetazo al establishment que dice representar Trump. Y claro que esas razones y ese cansancio son comprensibles, pero no por ello debemos resignarnos, aceptar como coherente el comportamiento de los electores y dejar de decir que el votante de Trump ha cometido un error. La política, hoy en día, es esa cosa en la que el ciudadano tolera a un fantoche las perversiones que no toleraría a su vecino. Solo así se entiende que millones de norteamericanos apoyen a un individuo que representa los valores contrarios a los principios que la mayoría de ellos enseñarían a sus hijos. Y si muchos han votado a Trump se debe a que su situación es tan dramática, y sus expectativas de futuro tan tétricas, que se han dejado llevar por la desesperación. Quien crea que un tipo abiertamente xenófobo, con 4.000 millones de dólares de patrimonio y mentiroso como pocos políticos, quien crea, digo, que alguien así es el salvador del pueblo americano debería reconocer que, como mínimo, está incurriendo en una contradicción monumental. Y es probable que muchos de sus votantes hayan reparado en ello, porque a Trump lo han aupado personas que se avergonzaban de lo que iban a votar y que por eso mintieron en las encuestas. Me pregunto cuánto hay de congruencia en ese votante que se avergüenza de lo que va a votar y, aun así, vota.
  No pretendo cuestionar la legitimidad del sistema democrático, pero sí defender mi derecho a expresar, sin que se me linche públicamente, lo que yo considero un error de la ciudadanía. Tan necesario es aceptar sin excusas los resultados de unos comicios democráticos (como yo lo hago) como legítimo es criticar las razones que han llevado a un electorado a comportarse de una forma determinada. Al contrario que Platón, yo sí creo en la tesis que identifica al modelo democrático como el más válido de los sistemas conocidos, pero también creo que es una forma de gobierno que dista mucho de ser perfecta. Y creo que es así porque, con frecuencia, la mayoría de la población puede estar equivocada. Si los antiguos filósofos griegos, pensadores de los que heredamos gran parte de nuestras convicciones, ya eran capaces de poner en tela de juicio el concepto, me pregunto por qué para algunos intelectuales del siglo XXI resulta tan difícil asumir que algunos ciudadanos tengamos dudas sobre el asunto. Aceptar el resultado de unas elecciones libres forma parte de las reglas del juego, pero esas mismas normas también contemplan el derecho a no estar de acuerdo con el comportamiento de los votantes y criticarlo. Es la esencia misma de este tinglado. Es la democracia, estúpidos.  
 
 

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