'El viajante', crudo relato sobre el perdón


 Leo que el último trabajo de Asghar Farhadi, El viajante (The salesman, en su título original), hace referencia en su cabecera, y también en su desarrollo, a Muerte de un viajante, la célebre obra de Arthur Miller. No he leído el texto de Miller, pero ya desde el inicio de la película intuyo que los paralelismos con la criatura del dramaturgo estadounidense no son pocos y sospecho que me habría resultado muy provechoso haber acudido al cine conociendo la pieza teatral. Tampoco conocía la obra anterior de Farhadi, un director ya consagrado a nivel internacional y toda una eminencia en su país, Irán, pero el primer contacto con su cine me deja tocado y con muchas ganas de bucear en sus trabajos anteriores.
 El viajante cuenta la historia de una pareja de Teherán, Emad y Rana, que se ve obligada a cambiar de domicilio porque su casa amenaza con derrumbarse debido a unas obras. Ya en la nueva vivienda, un hombre entra en el piso y agrede a la mujer. No sabemos por qué, ni qué ha pasado exactamente, pero a partir de este momento la pareja experimentará un tour de force  que inevitablemente llevará al deterioro de la relación.
 Opresiva y compleja, El viajante podría venir firmada por cineastas como Polanski o Haneke y nadie notaría nada raro. Es de la condición humana de lo que se está hablando y Farhadi aborda el asunto de la única manera honesta posible: sin maniqueísmo y desvinculándose por completo del juicio hacia sus personajes. El director iraní entiende que todos y cada uno de nosotros tenemos nuestros motivos para actuar como actuamos y no pretende en ningún momento impartir lecciones de ética a nadie. Sólo así consigue tratar con dignidad cuestiones como la venganza, el sentimiento de culpa o la pérdida de la inocencia. Y estas problemáticas universales, propias de cualquier colectivo a lo largo del globo, afloran aun con más energía en el espinoso panorama que encontramos en la sociedad iraní. El honor, el papel de la mujer o la sacralización de la familia son conceptos que en Irán permean todos los sectores, y el conflicto que se plantea en El viajante funciona como pretexto perfecto para mostrar las particularidades de las relaciones humanas en Teherán. ¿Puede un padre de familia seguir manteniendo su status si confiesa haber cometido un crimen infame? ¿Está capacitado realmente para el perdón un profesor de comportamiento intachable, miembro del transigente gremio de la cultura iraní y un ejemplo en el ámbito moral para aquellos que le rodean? Son interrogantes que adquieren una dimensión diferente en el contexto del país en el que se desarrolla la película, pero fáciles de imaginar, en cualquier caso, en otros lugares del planeta.
 Farhadi aborda todo esto demostrando un dominio absoluto del tempo, con una narración que crece en intensidad dramática casi sin que nos demos cuenta. El viajante parte del vacío absoluto, pero acaba desembocando en un torrente de sensaciones. Durante la primera parte del metraje, casi parece que la película no está contando nada, pero al poco tiempo uno descubre que se está sobrevolando casi todo. Un aviso: la película duele. Un dolor por el que merece la pena pagar una entrada de cine.
 
 

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