El machismo empieza en tu barrio: no somos mejores que los personajes de 'Friends'



 El machismo y el acoso existen desde siempre. Años. Siglos. El problema está ahí desde el principio y muchos llevamos denunciándolo desde que tenemos uso de razón. Hoy, por fin, ese debate es universal y lo que hasta hace poco se consideraba una conducta natural ahora se empieza a interpretar por la mayoría como lo que es: una perversión. El asunto copa las conversaciones de las redes sociales desde hace meses y en estos momentos es difícil imaginar un grupo de amigos, un contexto familiar o un corrillo de compañeros de trabajo en los que todavía no se haya producido una discusión alrededor de esta cuestión. Yo ahora vengo a escribir sobre esto, pero no quiero hacerlo desde la autocomplacencia, y por eso creo que la mejor manera de abordarlo es empezando por contar lo que veo - y lo que he visto durante toda mi vida - en mi entorno. Allá vamos.

 Muchos de mis amigos (y aquí entran también amigas, no se ofendan los defensores de las "miembras" y las "portavozas") son machistas. Pocos de ellos lo reconocerían abiertamente, pero es lo que uno deduce de su actitud del día a día. En mi barrio, Vallecas, la mayoría de la gente que conozco prioriza sus relaciones en función del sexo. A veces esta segregación es muy sutil; en otras, la división es obvia. Ellos organizan despedidas de soltero. Ellas, de soltera. No hay nada más casposo y sexista que una despedida de soltero/a, y las razones del porqué son evidentes, pero vete tú a explicárselo a cualquiera de sus defensores. Seguimos. Si se acude a un bar en grupo, por ejemplo, es habitual que mis amigos (hombres) se sienten en una mesa a jugar al póker o al mus. En mi barrio hay decenas de pandillas - algunos formamos parte en mayor o menor medida de muchas de ellas - y esa es una escena frecuente también en otros grupos, pero son contadas las ocasiones en las que he visto a una mujer en una partida. Continúo. Si se trata de establecer relaciones estrechas, eso que muchos definen como "mejor amigo/a", la mayoría encuentra a esa persona cercana, a ese colega especial a quien contar confidencias, en alguien de su mismo sexo. Sucede con ellos, y también con ellas. Sí, estamos en pleno siglo XXI y esto debería haberse superado, pero la realidad me dice que todavía mantenemos vínculos anacrónicos.

 Más cosas: comentarios sexistas y piropos desagradables. No soy ningún mojigato y si veo a una chica que me parece atractiva no tengo problema (y no debería haberlo, ojo, porque eso es algo que se está censurando en los tiempos que corren) en decirle al que tengo al lado, ya sea hombre o mujer, lo que a mí me dé la gana. Pero lo hago después y en privado, claro, siempre dentro de los límites del respeto y del lenguaje, y sin violentar a la otra persona: es decir, sin invadir su espacio íntimo. El problema está en la figura del garrulo, ese espécimen tan patrio. Hoy uno no es hombre, no es un machote con dos cojones, si no demuestra ser capaz de bucear de lleno en el terreno de la barbaridad. Y debe hacerlo asegurándose de que todo su entorno se entere, por supuesto. Se trata de pegar una voz, dar un codazo al de al lado y echarse la mano a la entrepierna, a poder ser. "Madre mía, chico, me pongo malo", "joder, con la rubia" y cosas así. Tengo amigos así, y sus novias saben que son así, pero aquí no pasa nada. Podríamos seguir aportando ejemplos, pero lo que he descrito es suficiente, creo, para hacernos una idea de lo que sucede ya no en mi entorno, sino en muchos círculos sociales más allá de mi barrio. Es algo extendido y yo mismo he participado en más de una ocasión en algún comportamiento o actividad que conlleve una carga machista - he sido uno más en un par de despedidas de soltero, por ejemplo; hoy me arrepiento, pero sí, he sido uno más -. Lo importante aquí es que el machismo existe y que todos somos responsables en mayor o menor medida de que exista.

 Dicho esto, lo que no podemos hacer es andar a la caza de machismo en todos y cada uno de los comentarios o actitudes que vemos en el otro. Si queremos que movimientos como #Me Too continúen teniendo fuerza, deberíamos ser responsables a la hora de situar el foco y no alimentar debates que acaban rozando lo ridículo. Digo esto porque mi amigo, mi vecina o el panadero, esos mismos que llevan años conviviendo con comportamientos sexistas sin alzar la voz, ahora se escandalizan con los guiones de Friends o con una frase de no sé quién en no sé qué novela. Resulta que ahora encontramos machismo en los comentarios de Ross, Joey o Monica, sin percatarnos de que esos personajes siempre fueron un trasunto de todos nosotros, es decir, un reflejo más o menos nítido de los seguidores de la serie. El mundo de la ficción, en el cine, en la televisión y en la literatura, siempre ha tratado de representar de la manera más fiel posible la época en la que se desarrollan sus relatos, y si vemos machismo en esas historias es precisamente porque ese comportamiento existe en la vida real. La ficción es ficción, pero se asienta en modelos reales e intenta reproducir esos prototipos para ofrecer al lector o al espectador una experiencia honesta y contextualizada. Me pregunto cómo reaccionarían muchos de los ofendidos actuales si se pusiesen frente a algunos de los grandes clásicos del cine: Historias de Filadelfia, Casablanca, El hombre tranquilo...

 No somos mejores que Chandler, Joey o Monica, porque, en realidad, todos tenemos algo de Chandler, Joey o Monica. Y, por supuesto, no somos mejores que Rick Blaine (Bogart en Casablanca) o que cualquiera de los grandes personajes del cine clásico, incluso asumiendo el machismo que se desprende de muchos de sus comportamientos. El cine y la literatura, como hemos dicho antes, funcionan (o tratan de funcionar) como un espejo, y los personajes que allí aparecen son un producto de su tiempo. Lo curioso es que hoy proliferan aquellos que, cobijados tras el atril de la moralidad, no paran de decirnos qué contenidos o autores son aptos y cuáles no, mientras en su vida cotidiana continúan con las actitudes que antes he descrito. Conozco personas que se dirigen a sus amigos utilizando la palabra "cerda", "puta" o "maricona" ("eh, tú, no seas puta y vente esta noche de fiesta", y expresiones por el estilo, supongo que muchos sabéis de lo que estoy hablando), pero que se escandalizan si les cuentas que lees a Javier Marías. Es digno de estudio.

 Vivimos tiempos en los que la tendencia, la masa, llama a la censura. Y en el debate sobre el machismo ese fenómeno es aún más explícito. Se censura por sistema a autores como Javier Marías, por ejemplo, incluso antes de leer sus artículos. Y muchos lo hacen porque eso es lo que se supone que debe hacer alguien que luche contra el machismo, pero no tienen ninguna intención de acudir a los textos del escritor para comprobar si lo que ha dicho es, en realidad, susceptible de machismo. Marías es machista, piensan, y como es machista, todo lo que este señor escriba debe de tener carga machista. Yo leo a Javier Marías y no estoy de acuerdo con algunas cosas que expone en sus columnas, pero en muchas ocasiones los argumentos que utiliza son difícilmente rebatibles. En uno de sus últimos artículos en El País, Marías se negaba a sentenciar a Woody Allen por acoso sexual amparándose en que no existían pruebas para condenarlo. Marías no obviaba en ningún momento la existencia de acoso sexual en el sistema - le repugnan, como a mí, como a la mayoría, todos los Harvey Weinstein que hay repartidos por el mundo -, pero rápidamente oleadas de tuiteros acudieron a la caza del escritor tachándolo de defensor de acosadores. En aquella columna, titulada Ojo con la barra libre, Marías hablaba de muchas cosas, varias de ellas discutibles. Twitter, sin embargo, decidió liarse a palos con él porque no consideraba a Allen culpable. Tampoco inocente, cuidado: Marías no se posicionaba, porque sabe que, con los hechos que se conocen, no puede saber si el cineasta es o no un acosador. El escritor hablaba de presunción de inocencia. El personal le atacaba por machista.

 Los casos de Friends y Javier Marías son sólo dos ejemplos, pero hoy podemos encontrar polémica sobre este asunto en cualquier escrito, post o formato narrativo. Yo siempre vi machismo en Friends, mucho antes de que naciera este debate, pero desde el principio traté de interpretarlo como un reflejo de lo que somos. La serie roza lo casposo en muchos de sus diálogos y situaciones, pero funciona de maravilla como muestra del modelo social existente y como llamada de atención para aquellos comportamientos que deberíamos enmendar. La cuestión está en que, ahora, la mayoría de la gente que conozco identifica y sanciona todas esas perversiones donde sea y cuando sea (novelas, series de TV, películas, declaraciones públicas...) y, sin embargo, llevan años aprobando conductas machistas en su entorno.

 El sistema es machista, eso es obvio. La clave está en plantearse por qué lo es. Si en muchos de los capítulos de Friends vemos a Joey, Ross y Chandler con actitud de "macho alfa" es precisamente porque nuestros amigos, nuestros vecinos y nosotros mismos nos hemos comportado así en algún momento de nuestra vida. Si dejáramos ese tipo de conductas a un lado, la ficción también lo haría. Porque la ficción bebe de la realidad, y aceptar la barra libre a la hora de identificar el machismo implica también mirarse al ombligo de vez en cuando. Es un razonamiento sencillo, pero intuyo que muchos seguirán señalando con el dedo a escritores, realizadores y cargos públicos, mientras en su barrio continúan perpetuando los mismos patrones de conducta de aquellos a los que señalan. Gracias a #Me Too y otros movimientos, todos estamos avanzando en cambiar el imaginario. Podríamos aprovechar la coyuntura y ampliar el espectro de nuestra mirada. Porque el machismo está presente en muchos sitios. También en la puerta de tu casa.




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