'Loveless': el frío del mundo moderno

 

 Se dice de Andrei Zvyagintsev que es el azote de la Rusia de Putin. Cuando en 2014 estrenó Leviatán, la película se vendió en todos los festivales por los que pasó como un alegato contra la corrupción que parasita las instituciones del sistema ruso y la prensa no paró hasta elevar a su director a la categoría de archienemigo del Kremlin. Mucho de verdad hay en todo eso, por más que Zvyagintsev se esmere en sacudirse responsabilidades y no se canse de decir que sus historias están ambientadas en Rusia, pero que podrían ocurrir "en cualquier país con cualquier hombre oprimido por cualquier gobierno". A Moscú no debe de hacerle mucha gracia que las películas de este señor nunca pierdan la oportunidad de denunciar las consecuencias nefastas de sus políticas, pero quizá habría que hacer caso a Zvyagintsev y empezar a decir en voz alta que su cine no es sólo un retrato de las miserias de la Rusia contemporánea, sino un reproche brutal a las perversiones que acompañan a la sociedad moderna en general.

 Con Loveless lo ha vuelto a hacer. En la película hay thriller, drama, discurso político y todo lo que uno quiera, pero aquí no sólo sale mal parado el sistema ruso: aquí recibe palos todo el entramado social occidental. La desaparición de un niño funciona como el mcguffin perfecto para mostrar lo que en última instancia le interesa hacer visible a la narración: la deshumanización del individuo moderno. Mientras buscan al crío desaparecido, esos padres en vías de divorcio están contándonos con sus gestos, sus broncas y su comportamiento qué es lo que falla en el día a día de su matrimonio, cuáles son los males que lastran su convivencia: la tecnología como vía de escape - uno pierde la cuenta de las veces que los personajes se olvidan de una conversación para bucear en la pantalla de sus teléfonos -, la incapacidad para adoptar decisiones maduras - todos los personajes, incluidas las respectivas parejas de cada uno de los padres separados, hacen gala en algún momento de emociones caprichosas o egoístas, más propias de un niño que de un adulto -, la falta de compromiso con el otro - esa "ausencia de amor" que da título a la película es una constante en todas las relaciones: de marido a mujer, de mujer a marido y de ambos padres hacia el hijo -... Pero el dibujo que hace Zvyagintsev de esa pérdida de valores, de la alienación de sus personajes, no se limita únicamente al ámbito privado. Lo que hace de Loveless una obra mayor es su diatriba contra unas instituciones que con su burocracia y su anclaje en el pasado perpetúan esa imposibilidad para avanzar hacia el bienestar de la sociedad rusa. Esa insensibilidad hacia el otro, esa "falta de amor", se revela como una consecuencia inexorable de un sistema laboral caduco, en el que la influencia de la Iglesia ortodoxa es todavía insalvable para sus trabajadores, y de un aparato estatal inoperante e incapaz de velar por sus ciudadanos, ilustrado en la película con el cinismo de un inspector de policía que no oculta la pasividad de su departamento a la hora de avanzar en la búsqueda del niño desaparecido.

 Loveless es todo eso y mucho más. A Zvyagintsev le da igual rodar en el interior de un bloque residencial que en un bosque de las afueras de la ciudad: no existe contexto que altere la potencia de las imágenes, no hay escena que consiga olvidar la ansiedad. La angustia, la atmósfera opresiva y el frío que congela toda esperanza de conectar con el otro (otra vez esa "ausencia de amor", de eso iba la película, ¿no?) están ahí en cada plano, no importa si el entorno es urbano o natural. Y habrá que volver a ver Loveless, porque uno sale del cine con la sensación de que hay mucha carga simbólica que se queda sin pillar a la primera. Como ese epílogo en el que vemos un trozo de cinta de plástico olvidada en las ramas de un árbol, el único elemento de la historia que remite de alguna manera a un momento de paz y de inocencia. Cada espectador es un mundo y cada uno de nosotros podrá descubrir en ese plano una idea diferente. Yo lo tengo claro. En esas ramas estoy viendo un trineo con una palabra grabada: Rosebud.

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